Por: Argenis Méndez Echenique                                                 

Cronista de San Fernando de Apure

 

La presencia de las letras y ejemplaridad humana de José Vicente ha estado presente en las generaciones apureñas de la última mitad del siglo XX y lo que ha transcurrido del XXI. Con su pluma de lanza en ristre y adarga quijotescas ha trazado el camino de muchos de nuestros soñadores adalides intelectuales, sociales y políticos nacionales y regionales. Su escritura testimonial de tiempos idos que no queremos nunca de vuelta y su poesía llena de cantos revolucionarios, ancestrales y amorosos a la madre, a la mujer, a los hijos, a la Patria, nos conmueven las más íntimas fibras de los sentimientos telúricos, exhortándonos permanentemente a continuar la marcha tras nuestros ideales reivindicativos:

 

“Seguramente no he triunfado, pero he derrotado

 todos mis miedos y no he renunciado a ningún sueño”

      

Ese era y es nuestro personaje de siempre: con su eterna y bíblica “hambre de rectitud y sed de justicia” en abril de 2016, rememorando sus quehaceres y su infinito tránsito a la inmortalidad, escribimos un corto ensayo sobre sus pasos vivenciales, que ahora transcribimos en parte actualizado.

Hoy estamos a casi cuatro décadas del viaje sin retorno de nuestro apreciado héroe – escritor, a quien, además de conocerlo en carne y hueso, lo vimos y vivimos en sus letras de denuncias del terror e injusticias.  Aquí, en esta oportunidad como en otras anteriores, en el continuo afán de rastrear y rescatar nuestros valores humanos, incursionamos en su vida y en su obra mestiza de indómito centauro, como escribiría amorosamente Lyll, rememorando sus antepasados “onoteros”.  Así que una vez más tratamos de describir cómo imaginábamos y vimos a José Vicente, un personaje de leyenda revolucionaria de los sueños y tiempos juveniles.

Desde siempre vimos a José Vicente como un preclaro y tenaz revolucionario luchador por las causas justas y de los desposeídos de bienes materiales, al lado del “…río de vida que es el pueblo”. Era fiel seguidor del postulado martiano: “Libertad es el derecho que todo hombre tiene a ser honrado, y a pensar y a hablar sin hipocresía”.

José Vicente lo expresaba constantemente en sus acciones humanas y en sus letras de andanzas y sueños infinitos:

 

“Yo estaba enamorado de un gran pueblo y quería verle rebosante de salud

y saludable alguna vez por fin, con voz del canto genésico”

 

Ese ideario batallador lo fue conformando José Vicente a través del tiempo y las experiencias directas de lucha: primero en sus días de estudiante pueblerino en el liceo sanfernandino, al lado de otros inquietos compatriotas: Pedro Elías Hernández Figueredo, Manuel Bermúdez, Pedro Laprea Sifontes, Freddy Melo y  Betico Guzmán, con quienes comparte sus iniciales inquietudes políticas, sociales y literarias. Era la época del post – gomecismo en los días de protesta contra los ingleses imperialistas, que en última instancia pagó el “Chingo” O`Leary.

De su padre, Gabriel Abreu, aprendió el oficio de talabartero; y con Raimundo Rodríguez, en la imprenta de “El Espejo”, lidió parando tipos de plomo para armas los textos del periódico, donde dio sus pininos poéticos y subversivos. Después vendrían otros aprendizajes de oficios reales o inventados.

José Vicente en algún momento se confiesa diáfano y con mente anhelante:

 

       “Fue la mía una infancia de niño pobre en la aldea venezolana. Mis padres eran seres nobles y puros. Era yo enfermizo y doliente, triste y severo. Mi adolescencia llevó en su mano izquierda un libro de poemas y sus ojos buscaron en el cielo, de estrella a estrella, por las noches claras, el Dios desconocido”

 

En el inolvidable 1947 descubre, lleno de ilusiones, la gran ciudad al trasladarse a Caracas e ingresar al Instituto Pedagógico Nacional a cursar Lengua y Literatura; simultáneamente lo hace a la recién creada Escuela de Periodismo en la Universidad Central de Venezuela, bajo la dirección del imperturbable Miguel Acosta Saignes.

Cuando el Maestro Rómulo Gallegos es derrocado de la Presidencia de la República, este hecho encuentra a José Vicente en las filas de Acción Democrática, que hasta ese momento se encuadraba ideológicamente dentro de la socialdemocracia y el anti – imperialismo, que desdice mucho la posterior actitud lacaya adoptada por este Partido durante el Puntofijismo y su posición de hoy día, negadora de sus orígenes populares (¿Dónde quedó “Juan Bimba”?). La letra del Himno es indudablemente del “Poeta del Pueblo”, Andrés Eloy Blanco. El coro es una invitación a la lucha:

 

¡Adelante! A luchar milicianos,

a la voz de la revolución.

Libre y nuestra la Patria en las manos

de su pueblo, por fuerza y razón.

Sin señor, sin baldón, sin tiranos

con la paz, con la ley, con la acción…”

 

Desde este infortunado momento, comienza José Vicente Abreu su activa participación clandestina contra la dictadura de Marcos Pérez Jiménez y va a parar con sus huesos a los calabozos de la cárcel del Obispo, en Caracas, y, luego, a los campos de concentración en Guasina, a orillas del caudaloso Orinoco. El duro aprendizaje carcelario lo lleva a las filas del Partido Comunista, donde permanecerá hasta su muerte en 1987, recién cumplidos los 60 años de edad.

En 1957, después de un larga y dramática pasantías por las cárceles del régimen dictatorías, es expulsado José Vicente a México. En 1958, a la caída de la dictadura, regresa José Vicente a Venezuela, asumiendo la jefatura de redacción del periódico “Tribuna Popular”, vocero del PCV, con el propósito de continuar su lucha por los derechos del pueblo; y sus correrías revolucionarias lo hicieron famoso como Comandante “Capanga”, culminando nuevamente en la cárcel luego del “Carupanazo”, en 1962, donde tuvo activa participación. Sale nuevamente al exilio, viaja a la Unión Soviética, Checoeslovaquia, Bulgaria (donde actuó como profesor universitario de Literatura Española y Latinoamericana), Cuba, México… Sus publicaciones de literatura testimonial han sido traducidas a varios idiomas y lo proyectan a la fama universal: Manifiesto de Guasina; Guasina, donde el río perdió las siete estrellas; S.N.; Cuatro Letras, líneas trazadas con angustia, sangre y torturas.   

Según Sanoja Hernández, a José Vicente “le obsesiona que olvidemos, al paso de las trampas de la democracia representativa, estos padecimientos carcelarios, estos sacrificios y cristalizaciones de la lucha” (cfr. Ramón E. Azocar – Yorman Tovar. “Poesía Trunca Carcelaria de José Vicente Abreu”. Camarada Paloma. Caracas, 2007: 14). Su bibliografía alcanza a una treintena de títulos. En algunas ocasiones usó pseudónimos: Martín Martínez, Máximo Miliciano, Guanipa, José Bello.

Al regresar a Venezuela se desempeñó como Director de la Imprenta de la Universidad Central de Venezuela y, también, formó parte del cuerpo de directores del Centro de Estudios Latinoamericanos “Rómulo Gallegos” (CELARG)

Beatriz Catalá, la amada novia y primera esposa e hija de su incansable editor, José Agustín, al publicar sus Cartas de la Prisión y del Exilio… 1950 – 1965, comenta:

       “…tal vez en la historia político – literaria de Venezuela no se encuentren tantos papeles escritos por un prisionero que, como estos, revelen una temática de su formación y evolución en el campo literario, su preocupación por la política, por el estado social y económico del país, por la familia, la madre, los hermanos, los hijos y los amigos, hechos que indudablemente lo mantenían en una permanente angustia vital” (1985: X).

El ya fallecido Profesor Manuel Bermúdez, amigo de José Vicente, destacado lingüista y compañero de travesuras juveniles en Apure, escribe:

       “Yo conocí a José Vicente Abreu en vida. Y ahora sigo conociéndolo, después de su muerte, a través de sus libros… (…) Sin echar mano de la ficción y sin rebuscamientos estéticos, José Vicente Abreu dejó constancia, en SE LLAMABA SN, de uno de los episodios más difíciles de la historia venezolana. Sus andanzas personales en las filas antiperezjimenistas y las múltiples persecuciones y encarcelamientos a los que fue sometido, lo convirtieron en protagonista de su propia novela”.

En los años 70 regresa a Venezuela y continúa su producción literaria, combinando los ensayos y la lírica con temas históricos, autobiográficos y revolucionarios: “Toma mi lanza bañada de plata”, “Gallegos”, “Ideas Educativas en la Alborada”, “Entre Gallegos y Ovalles: El Llanero”, “Camarada Paloma”, biografía del Maestro Vicente Emilio Sojo. Son los tiempos de deambular con José Esteban Ruiz Guevara en la búsqueda de las “Piedras Herradas” en los montes barineses en 1980. Esa misma experiencia la repitió el apreciado y ya desaparecido José Eesteban  conmigo recorriendo los médanos de La Unión de Barinas (municipio Arismendi), en 1995, en su incesante búsqueda de montículos y calzadas prehispánicas.

Con gente de la Asociación Nacional de Escritores de Venezuela, entra José Vicente en contacto con Caupolicán Ovalles, quien le hace conocer la obra El Llanero, escrita por su abuelo (Víctor Manuel Ovalles), a las que nuestro escritor escribe un comentario: “Entre Ovalles y Gallegos: EL LLANERO”, publicado en la Revista Nacional de Cultura (N.º 206 – 207 – 208. Caracas, 1972; páginas 18 – 35), que posteriormente se convierte en Prólogo a la 2ª edición del libro publicada por la Presidencia de la República, en 1990.

Al leer José Vicente el texto del abuelo Ovalles expresa su interés por conocer más sobre la llaneridad venezolana:

“Yo no había leído el libro de Víctor M. Ovalles. Me había llenado el alma con Boves, con Páez, con Gallegos, con lo que contaban en mi casa mis tíos y cuatro peones que engrasaban sus sogas y escarmenaban crines o remendaban un fuste de bucare legítimo que apenas dejaba mataduras en los lomos de las bestias. Yo no sabía que Bolet Peraza, además de sus indagaciones en otras estirpes nacionales, en el retruque que inventaron con su nombre, también había penetrado en el centauro y dijo palabras del Llano, que desde entonces convirtieron al doctor Ovalles en un incansable investigador del Llanero y todo aquello que lo hizo personaje obligado a donde debería volverse los ojos, a la hora de tratar de desentrañar la nacionalidad”        

Pero con un pesimismo extraño a su personalidad, comenta: “El Llano se muere y hay que encontrarlo antes de su última agonía” Era la manifiesta inquietud por la crisis de valores en la identidad llanera y venezolana, que me llevó 50 años más tarde a escribir un alarmado ensayo sobre nuestra tradicional apureñidad (Apure en Cuerpo y Alma.  San Fernando de Apure, 2010).

Toda la obra intelectual de José Vicente es trascendental para los venezolanos desde todos los puntos de vista que se enfoque; pero PALABREUS, publicada en 1985, constituye, a mi entender, un imán literario insoslayable para los intelectuales apureños, por cuanto la escribió recogiendo en ella reminiscencias que van más allá de sus propias vivencias existenciales: va a sus propios orígenes étnicos, mestizos, asomándose al mundo indígena otomaco, donde hunde sus raíces ancestrales. Allí juega un papel protagónico su tierna y amorosa M de J; y no solo retrata a los Rincones, emparentándose con Raúl, “El Catire” del musical cornetín, sino también con filiaciones más antiguas, como es el caso de los Echenique, por lo que este escribidor resultó también ser pariente suyo; y enlaza así mismo con Acevedo y Sosa.  

Pero su obra no es solo la autobiografía de una persona en particular, sino que se refiere a todo el estrato colectivo y sociocultural de un pueblo, manejando magistralmente la fidelidad histórica regional al lado de la fantasía creadora del llanero. No es verdad exactamente lo que él dice, pero tampoco se puede decir que es mentira. Siempre he sostenido que el llanero no es mentiroso, sino que en su mundo de fantasías puede exagerar las cosas que dice, pero siempre existe un trasfondo de realidad. Debe recordarse que Palabreus, aun cuando es una novela con alta carga autobiográfica, es también obra de ficción. No es un texto de Historia.

Cuando en 1985 vino José Vicente al Apure, con el propósito de bautizar su preciado y precioso Palabreus, con aguas del Cotayo, escenario de sus “zambullidas” infantiles, lo acompañó una larga caravana de amigos lugareños y de Caracas a su añorado San Juan de Payara; y al pie del hoy desaparecido higuerón de la Plaza Bolívar se produjo el acto público del milagro bautismal. Con nuestro Don Quijote Abreu vino su Dulcinea, la brillante poetisa guayanesa Lill Barceló Sifontes, quien velaría sus sueños y pesadillas hasta el último instante de su vida terrenal.

       Aquí en Apure “lloramos en silencio” su ausencia, pero un cervantino grupo de intelectuales luchadores enfrentados a terribles molinos de vientos y tempestades, hemos seguido con la bandera en alto para hacer Patria a través de sus letras forjadoras de conciencia revolucionaria. A los pocos días de su último viaje, escribimos un modesto ensayo para recordar y exaltar su preclara memoria de escritor vernáculo y revolucionario: “A José Vicente Abreu, el más ilustre de los Apureños” (Inter – Diario La Idea. San Fernando de Apure, junio 11 de 1987). Luego en 1994, actuando como Director de Cultura del Ejecutivo del estado Apure, creamos el Premio de Periodismo Cultural “José Vicente Abreu”, cuya primera premiación la obtuvo el periodista zuliano Gelvis Morles, recién fallecido para ese entonces. 

Más tarde, en el 2010, el Gabinete Regional dependiente del Ministerio de Cultura creó la Bienal Nacional de Literatura “José Vicente Abreu”, que ya lleva más de diez ediciones. En la II Bienal (2012) fui galardonado con el premio correspondiente a la Mención Crónica, con el ensayo “APURE. Evolución Histórica y Socio – Cultural” (Crónica de la Lenta Agonía del Centauro Llanero)

El indoblegable afán de lucha en José Vicente queda plasmado en invalorables versos de brío, perseverancia y tenacidad:

“Gritaré

en la soledad

solo para los espantos

pero gritaré

para habitarme

el alma transida,

íngrima

en medio de los grillos

Y los sapos.

Seré un Ánima – Sola

de esta nueva soledad”

 

Biruaca (Llano Alto), septiembre 30 de 2021, a los 474 años del Natalicio de Don Miguel de Cervantes y Saavedra, autor de la obra cumbre de las letras castellanas: Don Quijote de la Mancha.